27 de octubre de 2009

Las prácticas de lectura en la alfabetización de jóvenes y adultos: ¿Qué se tiene que aprender y qué se tiene que hacer?



Claudia Lemos Vóvio
Universidad Federal de São Paulo Brasil
Al hablar sobre “prácticas de lectura” nos refe­rimos a un objeto producido en tiempos y espacios sociales específicos y que se da gracias a las relacio­nes entre personas; son, por lo tanto, muy diversas. Esa forma de concebir las acciones que involucran a la lectura (en plural) se oponen a un enfoque que la considera como un acto invariable, homogéneo, refe­rido a un pequeño conjunto de géneros y autores que se asumen como legítimos y dignos de ser leídos, y al hábito y la frecuencia con las que las personas practi­can esta actividad.
Cuando echamos mano del término “prácticas de lectura”, por tanto, nos referimos a actividades humanas fuertemente influidas por las condiciones sociales e históricas particulares que configuran las maneras de leer, los usos de la lectura, los sentidos y sus posibles significados, así como los modos de aprender y enseñar a leer y los materiales necesarios y posibles de ser leídos.
Para reflexionar sobre las prácticas de lectura, en este artículo trataremos algunos de los discursos que se han elaborado sobre ese tema y sus signifi­cados y sentidos posibles, los cuales están histórica­mente sustentados, ideológicamente constituidos e impregnados por múltiples voces sociales. Los dis­cursos que abordaremos son claves para meditar sobre las prácticas de lectura que llevamos a cabo en los programas de alfabetización de jóvenes y adultos, con la finalidad de promover la formación de lectores.
Como punto de partida asumimos que en los grupos de alfabetización, tanto los educadores (que planean y desarrollan propuestas para el aprendiza­je), como los estudiantes (que se comprometen en el proceso de aprendizaje y se familiarizan con nuevas prácticas y objetos de estudio) se forman mutua­mente como usuarios de la escritura en las acciones que comparten.
¿Qué se tiene que aprender?
Cuando asumimos que las prácticas culturales, es­pecíficamente las relacionadas con el acto de leer y con el universo de la escritura, son diversas, amplia­mos el horizonte acerca de los “objetos” de la lectura, las formas de leer, los comportamientos y los gestos y gustos que los individuos asumen frente a la lec­tura. Esta manera de entenderla nos permite sacar a la luz la variedad de prácticas lectoras que existen y un número sorprendente de voces y discursos que no son reconocidos por quienes afirman que la lec­tura es un acto invariable y único, que quien lee es un cierto tipo de lector idealizado al que todos debemos aspirar, y que solamente por medio de la educación escolar se puede adquirir tal conjunto de habilidades y actitudes.
Persisten en nuestros días los más variados dis­cursos que pregonan que “el lector” es aquél que lee ciertos libros de ciertos géneros literarios y de divulga­ción científica, que vienen a ser los más “representati­vos”, los que más valora cada cultura y a los que todos deberíamos tener acceso. Se afirma que los lectores son aquellos que están siempre bien dispuestos fren­te a estos géneros literarios, que leen con frecuencia y que acostumbran este tipo de “consumo cultural”. A ese lector ideal se refieren los críticos literarios, los intelectuales y las personas que leen “buenos libros” (aquellos que pocas personas leen, que son difíciles de comprender y que aún le gustan a una minoría). Al concebir a la lectura y al lector de esa manera, se esta­blece una jerarquía de objetos, de géneros y de sopor­tes, y se clasifica a los lectores de acuerdo con aquello que consumen, con las oportunidades de acceso y la frecuencia con que leen, de manera que se excluye a los que no entran en el esquema, es decir, a quienes se considera como no lectores.
En otro enfoque muy diferente, cuando hablamos de “prácticas de lectura” nos referimos a los procesos inmersos en las más diversas situaciones y ámbi­tos sociales en los que la lectura y la escritura están presentes, y con los que nos familiarizamos, apren­demos y desempeñamos distintos papeles. Este en­foque de la diversidad nos da la posibilidad de reco­nocer la pluralidad en el interior de las sociedades y grupos humanos y les permite, a quienes participan en procesos educativos, asumir al otro desde la mul­tiplicidad, heterogeneidad y variedad de los modos de practicar la lectura, de los objetos que se pueden leer y de las formas como las personas se apropian de los textos y hacen uso de ellos localmente.
Esas formas de observar y comprender las prácti­cas de la lectura fueron constituidas y han sido influi­das por los estudios desarrollados en los últimos 25 años, que conciben las prácticas del uso de la escri­tura como algo necesariamente plural: las diferentes sociedades y grupos sociales desarrollan diversas for­mas de usar la escritura que provocan diferentes efec­tos sociales y mentalidades en contextos sociales y culturales específicos. Esos modos de usar la escritu­ra están profundamente relacionados a las identida­des que pueden producirse en la interacción y la toma de conciencia que puede propiciar cada situación. Así, en cada nueva experiencia donde la escritura se hace necesaria para actuar y para atribuir significa­do a lo que se está haciendo, pueden ocurrir cambios tanto en los modos como las personas se perciben a sí mismas y a los otros, como en las posiciones que se pueden asumir durante las interacciones.
En esa perspectiva, las prácticas de lectura se de­finen y concretan en contextos sociales particulares y están relacionadas con las actividades, las interaccio­nes y la apropiación de bienes culturales que se pre­sentan en cada sociedad, específicamente en aque­llo que se relaciona con la escritura. Es justamente cuando analizamos lo que las personas hacen con la escritura que podemos identificar lo que los textos y sus usos significan para ellas. El desarrollo de las in­vestigaciones llevadas a cabo en esa vertiente ayudalos que no entran en el esquema, es decir, a quienes se considera como no lectores.
En otro enfoque muy diferente, cuando hablamos de “prácticas de lectura” nos referimos a los procesos inmersos en las más diversas situaciones y ámbi­tos sociales en los que la lectura y la escritura están presentes, y con los que nos familiarizamos, apren­demos y desempeñamos distintos papeles. Este en­foque de la diversidad nos da la posibilidad de reco­nocer la pluralidad en el interior de las sociedades y grupos humanos y les permite, a quienes participan en procesos educativos, asumir al otro desde la mul­tiplicidad, heterogeneidad y variedad de los modos de practicar la lectura, de los objetos que se pueden leer y de las formas como las personas se apropian de los textos y hacen uso de ellos localmente.
Realizar la siguiente actividad:
Resolver el Crucigrama: donde encontraras varias palabras claves del texto.
http:uk1.hotpotatoes.net/ex/48037/UGFKDN.php
LLevar las respuestas a la clase. (en el cuaderno)

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